Madrugada. Estas dormido profundamente, quizás soñando conmigo o quizás recordando lo que hicimos. Me muerdo el labio y acomodo mi cabello mientras me pongo de lado para observarte mejor. Respiras tranquilo, relajado, saciado... pero yo no. Tengo deseos de ti, de tus besos, de tus caricias recorriendo mi piel, de tus dedos hurgando mi interior. Sin pensarlo me acerco a tu cuerpo y suavemente me rozo contra tu pierna; duermes tan profundo que solo emites un leve suspiro. Eso me da el poder de actuar a mis anchas. Levanto mi pierna y la pongo sobre tu muslo pegando mi sexo desnudo contra tu piel fría; mi mano empieza a recorrer tu torso desnudo una y otra vez hasta que logro que en sueños te muevas, me llames. Hago esto viéndote el rostro, esperando el momento en que abras los ojos y descubras que soy yo la que te acaricia, la que recorre tu piel con prontitud, la que se mueve contra tu pierna, la que está deseosa de ti. Mis caderas se mueven solo un poco más rápido
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